Turismo y Cultura

El Desfile de la Reina y el Rey: Preludio de Las Cachúas

Welnel Darío Féliz

Alrededor del parque Los Trinitarios, ese vetusto y emblemático espacio del pueblo de Cabral, testigo de su cotidianidad por 63 años, se fueron reuniendo varios cientos de personas, apostadas allí a la espera de la llegada del muñeco símbolo Cachúa que engalanaría el pedestal que domina todo aquel escenario. Poco más de doscientos metros de allí, hacia el oeste, Temistocles Féliz se afanaba por montarlo en su vehículo. Él, con sus mas de dos metros de altura, ostentaba el enorme disfraz que a puro esfuerzo había preparado Migdalia y con su careta forrada de papel y sus rizos multicolores, se disponía a desafiar el sol, la brisa y la lluvia por los próximos 9 días.

Con sus brazos abiertos y sus alas al viento, llegó al parque junto al jefe Cachúa y recibido por una ovación estruendosa de alegría por aquella muchedumbre, que desafiaba los 31 grados de calor que aun a las 4 de la tarde golpeaba cada rincón del pueblo. Hombres, mujeres y niños no dejaban de saltar y bailar ante la mágica sensación de disfrutar lo que para ellos es su máxima identidad y la expresión más genuina de libertad: Las Cachúas.

Era el domingo 14 de abril (2019), a unos 22 años desde que en 1997 Temito introdujera este acto, que precede a la gran celebración de Las Cachúas y al desfile de carrozas y comparsas, un acto simbólico en el cual se anuncia al mundo que Cabral esta por celebrar su expresión folclórica, una de la más, sino la mas, tradicional del pueblo dominicano. Todos allí opinaban, que si torcido, que si hermoso, grande, pequeño, pero nadie quedó indiferente ante este imponente muñeco fabricado rústicamente y a la carrera, con palos de las montañas cercanas, papel periódico y restos de cabuya. Él mira al este, dando la bienvenida a cada cabraleño que regresa a su pueblo y saludando a los visitantes y a los que transitan.

A la colación del símbolo Cachúa siguió la presentación de la reina de las fiestas y el rey de Las Cachúas a todo el pueblo. La primera es ya propia del desfile popular de carrozas y comparsas que durante 45 años se viene celebrando y el segundo surgido en 1997, cuando Las Cachúas eligieron a Carlos Julio Feliz (Cano) como su Rey para ese año.  Se recorren todos los barrios, mostrando en cada rincón del pueblo a las personas cuyos rostros serán el referente en toda la festividad, en una acción integradora, que no solo permite asociar a toda la comunidad a sus propios hombres y mujeres que los representarán, sino que impulsa la inclusión y fortalece la identidad cultural cabraleña.

Mientras el gran símbolo Cachúa era colocado en su pedestal, bajo él era recibido el Rey, el que, en una recepción unívoca de alegría de los allí presentes, bailaban y saltaban, en una señal de aceptación y satisfacción. Cuanto más pasaban los minutos crecían los participantes y al rato aparecieron decenas de jóvenes -hombres y mujeres- montados en motores que coparon la calle y el entorno. Eran grupos que ese día habían salido desde la mañana a recorren las carreteras alrededor del lago Enriquillo, en una acción que les permite conocer alejados rincones suroestanos y disfrutar de la naturaleza y la belleza de aquella zona.

De repente, por una esquina del parque, se presentó la Reina, la joven Diany Heredia, habitante del barrio Los Botaos y un poco más atrás, la virreina Milenyi Báez y la princesa Lucero Sánchez, todas vestidas con trajes multicolores, llamativos y vistosos. Y entonces inició el desfile. La reina y el rey iban delante, sobre la cama de una camioneta y en la siguiente la virreina y la princesa. La reina no paraba de sonreír, eran notorias sus emociones y su inmensa alegría. Desde el mismo momento de inicio del recorrido y al ritmo del merengue Las Cachúas de Cabral, de la autoría del cabraleño Orlando Serrano, desde la calle Duarte-Libertad la gente comenzó a salir de sus casas y sus rostros pletóricos de alegría recibían la caravana, levantaban sus brazos, muchos lanzando besos al aire, otros con la señal de la victoria.

A los pocos minutos la caravana se internó en La Peñuela, de allí pasó al Pueblo Arriba, luego al Llano, y después al Pueblo Abajo. Allí las gentes se le podía ver corriendo desde las calles interiores, callejones, casas traseras, lugares y conucos. Muchos apostados en sus puertas, otros recostados en las galerías, las aceras repletas, los cruces cerrados, las plazoletas cargadas, todos aplaudiendo a sus representantes. A muchos se les podían ver en los visillos, desde las empalizadas, desde los techos, desde los callejones, bailaban, reían, gritaban.

La llegada del desfile a Los Botaos, barrio natal de la Reina (la que según algunos es la primera elegida de aquella zona), fue simplemente apoteósico. Un mar humano frenético le recibió desde la calle que comunica con la carretera internacional y le acompañó con aplausos y sonrisas por toda la pequeña avenida. Una inmensa satisfacción elevó a la cúspide el sentimiento de identidad de los habitantes de aquel barrio, lugar desde donde han salido Cachúas representativas y hogar del emblemático Belisario Féliz, máximo músico popular de Cabral y sitio donde aún se baila palos, balsié, carabiné y mangulina con pasión.

Desde Los Botaos la caravana de gente a pie, en motores, en bicicletas, en carros y camionetas enfiló al cercano El Guayuyo y desde allí al Mamonal y luego al Majagual, hasta terminar en el sitio punto de salida: el parque, donde una multitud les esperaba pletórica de alegría.

Cada barrio, con su propia fisonomía, característica individual y comportamiento social, se unificó en torno a un elemento común: las fiestas de Las Cachúas. Pocos quedaron indiferentes y aún los más sobrios mostraban satisfacción. En todas partes la gente dejaba de lado sus actividades: los barberos, los vendedores, las manicuristas, las estilistas, los banqueros, los jugadores de dominoes, las fritureras, los deportistas que jugaban baloncesto, los predicadores de diversas religiones, motoconchistas, vendedores ambulantes. Los religiosos se detenían en las puertas de sus templos, los enfermos, desde sus camas, miraban por las ventanas, personas salían de sus baños arropadas con toallas o batas, mujeres con sus niños a cuestas o apostados en su cintura corrían desde sus patios o cocinas, hombres que regresaban de sus predios agrícolas se detenían. Se podían ver personas en muletas o en sillas de ruedas que bailaban al ritmo de la música y a los ancianos y ancianas mover sus torsos y sus pies. En definitiva, aquellos habitantes se integraron por entero al desfile, lo recibieron con inconmensurable alegría, en una participación colectiva, según algunos, como no se recuerda en el pueblo. Celulares, tabletas, laptops por todas partes grabaron y fotografiaron el evento para la posteridad.

Fue un desfile frenético, entusiasta, delirante. Un acontecimiento fascinante, aceptado, concurrido, aplaudido y participativo. Un evento que marcó el preludio de Las Cachúas y en el que cada calle, callejón, avenida y cada persona quedó impregnada de cabraleñeidad, de cachuidad, de identidad y de amor por su expresión folclórica patrimonio de la nación dominicana: Las Cachúas.  

Wellington Pérez

Egresado como periodista de la Escuela de comunicación de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD). Cuatriboliao, Minoso y más Cabraleño que una Cachua o una Viejaca.

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