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Liderazgo. Más allá de los amuletos

Elmer González Cavallo

Doctorando © AP/PP

Ma. E.S. ARQ-URB-Sociólogo Territorial

En diversas regiones mundiales, los sectores ultra racionalistas consideran la creencia en la suerte como el resultado de un razonamiento miserable. Para estos segmentos intelectuales impregnados de razonabilidad, un creyente en la suerte es una especie de indocto.

En cualquier región mundial, la conjunción de eventos separados que logran alienarse, generalmente son atribuidos a la fe o la superstición, así como a la organización tal vez sobrenatural de sucesos que pueden definir si una persona es afortunado o desafortunado.

En algunas culturas latinoamericanas la obtención de premios en la lotería es generalmente considerado como una manifestación de la suerte; de igual manera si esas ganancias se hacen repetitivas, comúnmente se le denomina racha. Propiamente, en estos entornos, generaciones completas dedican gran tiempo de sus vidas a la numerología, a componer números y sueños en el objetivo de lograr ganancias, y cuando ganan, asumen que su dicha se ha basado en el predestino o a la capacidad de tener visión e interpretación del mundo de los sueños o simplemente a las coincidencias.

Sin embargo, en los procesos comunes de la construcción cultural humana y en las estructuras de evolución social sobre el liderazgo, es evidente que la sumatoria de hechos causales o de fuerza producen circunstancias positivas, pueden impulsar la convicción e interpretación de los denominados “golpes de suerte”. 

Pero, en la inmensa mayoría de los casos esta no es la razón. Lo realmente cierto es que en cualquiera de los casos el enfoque de la persona es la clave. Para el ser humano, tanto en la escala social colectiva como en el sentido personal, el uso de la energía y la confianza mental, la capacidad de gestionar los recursos, decidir y accionar, son los hechos causales que determinan directamente los efectos positivos o no. De hecho, algunas interpretaciones marxistas platean el concepto “suerte” con rango y categoría histórica.

A ciencia cierta, es evidente que algunas personas, más que a otras, se le allana la ruta hacia la ganancia o hacia el éxito con mayor facilidad. La verdad oculta es que, en cualquier territorio o cultura, los lideres y las personas exitosas realmente tienen menos bloqueos mentales y esta es tal vez, una de las razones que permiten interpretar que los sujetos optimistas tienen mucha más suerte que los pesimistas.

Por ejemplo, aquellos grandes lideres y lideresas de la humanidad que han pensado que son afortunados de forma natural o predestinada y han basado meramente en la suerte y los amuletos las posibilidades de sus éxitos han obtenido grandes fracasos.

A través de diversos episodios de la humanidad, se evidencia que los más famosos lideres ganadores o vencedores, inventores o innovadores, son aquellos que asumen riesgos, visualizan y vectorizan las oportunidades apoyándose en lo causal y trascendiendo lo meramente casual.

En la actualidad, la capacidad para trabajar en equipo y lograr sinergia es el insumo esencial de cualquier motivo de victoria o liderazgo. Es en ese contexto, que la suerte o fortuna representan solo una parte ínfima de los factores que entran en la ecuación. La visión, la inspiración y determinación en un líder son fundamentales. La conjugación de pensar, hacer sumado a las acciones y las acciones para derribar los obstáculos, influyen directamente en las leyes de la probabilidad para matizar el éxito.

Un líder de personalidad fuerte (seguro o segura de sí mismo) capaz de transmitir esa seguridad a los demás, y lograr el “Due Diligence” es quien más probabilidad de definir las rutas directas al éxito en cualquier ámbito o circunstancia y esto indudablemente eleva las probabilidades y transformaciones necesarias para el triunfo.

Uno de los ejemplos más llamativo es el de Winston Churchill. Durante la segunda guerra mundial, fue capaz de transmitirle a su país (Inglaterra) que, aunque las cosas se veían muy difíciles, tenían que luchar. Churchill les habló sin demagogia, les dijo: por ahora lo que le ofrezco: es sangre, sudor y lágrimas.  Claro está, a eso se unió su gran capacidad para negociar y lograr un acuerdo con otros actores claves (lo demás ya lo sabemos).

En las estructuras de clases sociales dominicanas, el concepto suerte es atribuido a los vencedores o ganadores, y esto, con grandes rasgos de valoración folclórica antepuesta a cualquier lógica. En la tierra de Duarte, culturalmente para los dominicanos, cualquier evidencia de victoria tiene sin dudas una dosis de suerte.

Por ejemplo, en la guerra de independencia y también en las gestas restauradoras en el siglo XIX, el ejército haitiano tenía la “suerte” de esta mejor armado y con mejor entrenamiento que los dominicanos; pero la diferencia era que los lideres compatriotas y criollos (hombres y mujeres) estaban convencidos de que los podían vencer, y así ocurrió. Especialmente los connacionales conjugaron determinación, estrategias y trabajo en equipo. Evidentemente la emancipación dominicana no fue un asunto de suerte.

Entonces y como colofón, es preciso entender que en la geografía cultural latinoamericana y caribeña el éxito o victoria no siempre es producto de la suerte. Es imperioso comprender que cualquier expresión de liderazgo en la actualidad en cualquier ámbito no es tan espontánea como se solía suponer.

Mas allá de fetiches, los logros positivos se deben a la determinación, principios y valores que tienen los espíritus ganadores, impregnados de la pasión, el entusiasmo, la fuerza de Dios en el pecho, la lucha contra corriente de lograr aquello que parece inalcanzable.

Más allá de talismanes, un líder se hace vencedor definiendo estrategias con vertiente intuitiva y humana, accionando tácticas, derribando obstáculos, y sí, con un tanto de esa suerte especial y favorable que da la voluntad divina.

Wellington Pérez

Egresado como periodista de la Escuela de comunicación de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD). Cuatriboliao, Minoso y más Cabraleño que una Cachua o una Viejaca.

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