Opiniones

Tú Semáforo Interior.

Rossi Matos (Chachi)

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Rossi Matos (Chachi)

Aquel día, me desperté con mucha flojera y renegando. Con trabajo pude deshacerme de las cobijas. Me dirigí al baño arrastrando los pies mientras maldecía el tener  que levantarme de la cama sin poder quedarme en ella todo el día. Desayune con los ojos tan cerrados como mi mente. Tal pereza me dominaba, que por no meter el pan en el tostador, preferí comerlo frio y beber la leche directamente de la botella. ¿Por qué tener que trabajar? ¡Esa si era una maldición!

Salí de mi casa en dirección a la oficina en mi vehículo, observando en el camino el pavimento humedecido por la lluvia y seguía maldiciendo el tener que ir a trabajar. El semáforo marcó el alto y, de pronto, como un rayo, se colocó frente a todos los automóviles algo que parecía un bulto.

Por curiosidad abrí mis ojos somnolientos y pude descubrir que lo que parecía un bulto, era el cuerpo de un joven montado en un pequeño carro de madera.  Aquel  hombre no tenía piernas y le faltaba un brazo.  Sin embargo, con su mano izquierda lograba conducir el pequeño vehículo y manejar con maestría un conjunto de pelotas con las que hacia malabares.

Las ventanillas de los automóviles se abrían para darle una moneda al malabarista que llevaba un pequeño letrero sobre el pecho. Cuando se acerco a mi auto pude leerlo, “Gracias por ayudarme a sostener a mi hermano paralitico”.  Con su mano izquierda señaló hacia la banqueta y ahí pude ver a su hermano, sentado en una silla de ruedas colocada frente a un atril que sostenía un lienzo, y movía magistralmente  con su boca un pincel que daba forma a un hermoso paisaje.

El malabarista mientras recibía ayuda, vio el asombro de mi cara y me dijo:- ¿Verdad que mi hermano es un artista?  Por eso escribió esa frase sobre el respaldo de su silla. Entonces leí la frase que decía:- Gracias Señor por los dones que nos das.  Contigo no nos falta nada”.

Recibí un fuerte golpe en mi interior mientras el hombre-bulto se retiraba y el semáforo cambiaba del color rojo al verde. Mi semáforo interior cambió desde aquel día. Nunca más se me volvió a encender la señal del auto que me paralizaba por la pereza. Siempre he tratado de mantener la luz verde y realizar mi trabajo y actividades sin detenerme. Aquel día descubrí que ante aquellos jóvenes, yo era el paralitico.  Desde aquel mismo día, nunca he dejado de agradecer.

Ahora no tengo todo lo que quiero, pero le doy gracias a Dios por lo que tengo.

El salario apenas me alcanza para pagar las cuentas, pero gracias a Dios que por lo menos tengo un trabajo para ganar el sustento. Los problemas se me han venido multiplicando como si fueran mágicos; pero gracias a Dios tengo paciencia y fortaleza para sobrellevarlos.

A veces creo que no podre seguir adelante con tantos conflictos; pero le doy gracias a Dios porque cada mañana siento dentro de mi corazón que si puedo. Los años han ido pasando rápidamente, mi piel está un poco arrugada, y mis cabellos se están poniendo blancos; pero le doy gracias a Dios por la alegría que siento de vivir.

Cada día le doy gracias a Dios por los conflictos que pude resolver, por los problemas que pude superar, por la enfermedad que pude soportar, por el odio que se transformó en amor, por la soledad que pude sobrellevar.

Cada día lo bendigo por haberme enseñado a decir:

“Gracias Señor por los dones que me das. Contigo no me falta nada.”

Le doy gracias a Dios por permitir que este mensaje llegara a mis manos. Y a ustedes que lograron leerlo permitan que se siga enviando a aquellos que lo puedan necesitar.

¡Dios los bendiga!

 

Wellington Pérez

Egresado como periodista de la Escuela de comunicación de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD). Cuatriboliao, Minoso y más Cabraleño que una Cachua o una Viejaca.

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